CÓMO ENSEÑAR A MI HIJO A RESOLVER SUS CONFLICTOS
Conflicto es aquella situación o circunstancia que produce un sentimiento de incomodidad, mal humor, impotencia, ansiedad. Esta definición representa un enfoque del conflicto en el sentido más amplio. Deja abierta las puertas también a los conflictos que tenemos con nosotros mismos, pero en esta ocasión vamos a centrarnos en los que tenemos con las personas que nos rodean, los conflictos interpersonales.
Las situaciones de discrepancia y tensión son algo propio de las relaciones sociales. Solemos valorarlos como algo muy negativo y tendemos a evitarlos pero, ¿porqué no considerarlos una oportunidad para aprender de los demás, una oportunidad para probar nuestras capacidades de adaptación, de negociación, de disuasión…?
Hay varios aspectos a trabajar para que nuestro hijo sea capaz de encontrar soluciones satisfactorias para ambas partes cuando se enfrente a un conflicto.
Para empezar debemos evitar trasmitir que se trata de ganar al otro, si doblegamos a alguien sin que obtenga ninguna satisfacción a sus necesidades, no resolvemos el conflicto sino que probablemente generaremos otros muchos al deteriorar la relación interpersonal. La resolución de un conflicto pasa por la negociación y porque todas las partes vean cumplidos sus objetivos (por lo menos parcialmente) y salven la relación.
Para ello es fundamental empatizar, vernos en el otro, entender su postura. Como sabemos esto es algo fundamental en la vida. Al igual que otras habilidades y capacidades de comunicación y de expresión.
Crear un clima comunicacional adecuado es básico para que todos tengamos la predisposición y actitud necesaria para afrontar con éxito el reto de solucionar nuestro conflicto. Nuestros hijos tienen que saber la importancia de escuchar y de expresarnos con sinceridad, de ser atentos no sólo con nuestras palabras sino también con el lenguaje no verbal: tono de voz, gestos, expresión facial, mirada…
Para sus primeras experiencias en este terreno, les podemos proporcionar un guión básico sobre cómo comunicar nuestro desacuerdo o descontento con una situación sin usar un lenguaje que predisponga negativamente a nuestro interlocutor. Sería algo así:
- Hablar de los hechos objetivamente: qué ha ocurrido, quién ha intervenido…
- Expresar cómo nos hemos sentido ante esa situación asumiendo la responsabilidad de nuestros sentimientos, no vale “haces que me sienta mal” sino “me siento mal”. Y escuchar cómo se ha sentido el otro.
- Expresar nuestras necesidades. Y escuchar las de la otra parte.
- Consensuar con nuestro interlocutor la solución que resuelva el malestar que ambos sentimos.
- Llevar a cabo los cambios y evaluar si así mejora la situación.
Si se trata de una riña por un juguete que tiene que compartir, lo habitual suele ser que tras un breve intercambio de frases del tipo “dejámelo”, “yo también lo quiero”, “es mío”, “eres un egoísta”, “mamá/papá no me da el juguete, dile que me lo deje”… se pase a un tira y afloja que acaba con el juguete roto o con él en manos del más fuerte. Tenemos que encauzar la situación hacia este otro esquema: “Yo también quiero jugar con ese juguete que tú usabas. Me enfado cuando lo tienes tú y no me lo dejas y me gustaría que pudiésemos usarlo un rato cada uno”.
Al principio, para que aprendan y poder darles pautas, tendremos que intervenir, pero conforme ellos adquieran soltura y práctica conviene que nuestro papel vaya siendo cada vez menos importante. Está demostrado que la competencia en la resolución adecuada de los conflictos depende más de la práctica que de la inteligencia. Y no olvidemos que la mejor forma de enseñar algo, es predicar con el ejemplo.
