¿ESTAMOS EDUCANDO EMOCIONALMENTE A NUESTROS HIJOS?
La mayoría de las preocupaciones que los padres tenemos giran en torno a los hábitos y las conductas de nuestros hijos; nos centramos plenamente en la educación “clásica”. Consideramos que un niño está bien o mal educado si cumple las normas de casa y del colegio, si sabe cuáles son sus obligaciones. Pero parecemos olvidar una parte fundamental: la educación de sus emociones y sentimientos.
Varios estudios y expertos aseguran que el 77% del éxito en la vida, depende de la habilidad para percibir, comprender y regular las emociones propias y las ajenas. Es lo que se llama inteligencia emocional. A la inteligencia “tradicional” sólo le corresponde el restante 23%.
Si nos imaginamos un iceberg, entenderemos muy bien cuál es el papel de cada una de estas inteligencias. Del iceberg sólo se ve la punta, la parte sobre el agua. Esto sería la inteligencia tradicional, pero para que salga al exterior, tiene que existir algo bajo la superficie, oculto debajo del agua, la inteligencia emocional. Esa serie de habilidades y características personales que facilitan la materialización de nuestras capacidades intelectuales son los componentes de la inteligencia emocional.
La educación emocional supone:
-
Reconocer las propias emociones y sentimientos y saber expresarlos.
-
Saber controlar las propias emociones y sentimientos.
-
Reconocer las emociones de los demás.
-
Saber regular las emociones de los demás.
Vamos a ver algunas pautas generales sobre educación emocional:
1. Es fundamental que proporcionemos a nuestros hijos un modelo adecuado de gestión emocional, no hace falta recordar que la forma más importante en que los niños aprenden, es la imitación.
2. La comunicación natural de los sentimientos en la familia incrementa la comprensión emocional y la empatía de nuestros hijos. Además facilita la expresión de los sentimientos del niño.
En ocasiones, llegamos a casa enfadados, cansados, tristes, agobiados… pero no comunicamos este estado de ánimo a nuestra familia. Es una oportunidad desaprovechada.
3. Los sentimientos no son lógicos, ante una misma situación cada persona puede sentir y actuar de forma diferente, pero el respeto a cómo se siente alguien, aunque en principio no lo comprendamos, es una premisa básica.
4. Ninguna emoción o sentimiento es malo o deplorable. Nuestros hijos tienen que saber que pueden expresar siempre lo que sienten y que no van a ser juzgados, rechazados o recriminados por ello.
Por ejemplo, muchos niños han oído que la envidia es mala pero lo cierto es que es natural, también los adultos la sentimos, la diferencia está en si somos capaces o no de regularla, de manejarla y gestionarla.
5. Para favorecer el reconocimiento y la expresión de las emociones en nuestros hijos suele ser contraproducente interrogarles sobre lo que les pasa, lo que piensan, lo que sienten, porque no hablan… da mejor resultado iniciar la conversación dándoles el sentimiento. Podemos decirle algo así: “ya veo que estás enfadado…” Las posibilidades de que se deciden a contarnos lo que les ocurre, es mayor con esta técnica.
6. Todas las emociones tienen su utilidad, lo positivo y lo negativo en las emociones, es relativo. Incluso la tristeza tiene su lado positivo: nos da la oportunidad de reflexionar, conocernos más, tomar decisiones…
El que nuestros hijos experimenten las emociones y sentimientos considerados “negativos”, les aporta ciertos beneficios.
7. Podemos aprovechar cualquier situación real o ficticia que presenciemos en la calle, veamos en la tele, nos cuenten… para analizarla, preguntar a nuestros hijos cómo se habrían sentido ellos, qué habrían hecho… Esto incrementará su nivel de empatía y nos dará la oportunidad de conocer las opiniones que tenemos padres e hijos.